domingo, 1 de abril de 2018

Me recuesto sola. Por la ventana entra una brisa húmeda y fresca, ha llovido. Todo es silencio, porque quienes pueden dormir, desde hace varias horas tienen los ojos cerrados. Y yo acá, con la luz encendida mirando un punto fijo en la pared. Busco en el celular una canción que hacía meses no escuchaba, una de esas que no le cuento a nadie que me gustan, una de esas con las que tengo una conexión secreta. Alguien la escribió en una época en la que vibraba parecido a mí, estoy segura. No pienso en nada y pienso en todo a la vez. Pierdo el tiempo y eso me angustia. Para qué mentirme, es eso lo que no me deja dormir. ¿Por qué me siento tan distinta? ¿Por qué me cuesta tanto hacer de una vez por todas lo que debería hacer? ¿Por qué para otros es tan simple? ¿Por qué me cuestiono tanto siempre todo? Nada me conforma, nada me satisface, nada me completa. Siempre falta algo más. Cierro los ojos y me trago todo el aire con sabor a lluvia pasada de una vez. Le subo el volumen a la música, como para que se me callen los fantasmas, y siento las notas sonar en el medio del pecho, como resbalándose hacia la panza. Se termina. No pienso en nada, ¿acaso lo logré? No, creo que la angustia volvió de nuevo. Miro otro punto fijo, creo que estoy pensando de nuevo... en todo a la vez.




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